dimecres, 10 de juliol del 2019

MADRIDBURGO

MADRIDBURGO


En el contexto político-social actual, no hay tregua ni respiro para el conjunto de la ciudadanía de la vieja Piel de Toro, y en nuestra Catalunya, mucho menos.

Huelga decir; que la Resiliencia (Capacidad de adaptación de un ser vivo o conjunto frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.) ejercitada desde tiempo inmemorial en el transcurso de la Historia por la sociedad catalana, y más desde la Guerra de Secesión, a mi buen entender, ha llegado el momento de no violentarla, no corramos el riesgo de que esta capacidad nos abandone.

Dado que, las vicisitudes cotidianas se suceden a una celeridad de vértigo, haciendo ardua la tarea de hallar un tempo, para deliberar y situar el estado de las "cosas" en su dimensión real y en cuantía apropiada.

El célebre “Procés, que si bien es verdad, germina en gran medida en la sociedad civil de base, este ha sido instrumentalizado tanto por los políticos de aquí como los de allende del Ebro, con objetivos no tan diferentes, ya que, las verdaderas carestías del conjunto de ciudadanos no están reflejados en la persecución de los legítimos anhelos independentistas, que si bien en el semblante cultural son de sobra justificados, concibe dudas en el ámbito económico social, al menos desde mi humilde opinión. Y me explicaré.

La tan hurgada y simplista frase “Madrid nos roba”, ha sido el estandarte y banderín de enganche  utilizado por los dirigentes catalanes a la hora de argumentar su “praxis” en el ideario político y como señuelo de identificar al adversario en oposición a nuestras legitimas ambiciones.
Este eslogan; (Madrid ens roba), como no puede ser de otra condición, ha inducido la antipatía de la mayoría de los ciudadanos del resto de la Península y con razón; pero no por ello y dicho lo anterior,  ha condicionado a la clase dirigente española,  la tutela mediática  que estos han  hecho de ella su “casus belli” no solo por y para la unidad de la Patria, sino también de sus privilegios, verdadero argumento de interés en aras de su  favorecida posición.

Al utilizar un topónimo para argumentar nuestra causa, vaciamos de contenido filosófico la justa causa de nuestra reivindicación cultural como nación, con componentes económicos que, aún siendo irrefutables algunos, no son suficientes por sí solos para hacer una defensa a ultranza de la segregación. Todo lo económico es mudable, es más,  tan solo éste es  resultado de contextos convenidos;  mientras que el hecho cultural, una vez disuelto, no es reversible. Un ejemplo claro, lo tenemos en las Islas Canarias: los guanches hoy en día existen físicamente hablando, no fueron aniquilados,  pero se suprimieron como colectividad cultural por la imposición de una cultura foránea, consecuencia de su conquista por Castilla.

La insistente repetición del topónimo “MADRID” ha provocado la antipatía de los que consideran a la Villa y Corte su capital, tanto si viven en la Meseta, como en el Valle del Guadalquivir o en los Montes Cántabros.
Este, es el desliz colosal de los dirigentes políticos catalanes, que para incorporar aquí, han provocado la reacción lógica de los de allá.
Si al menos, hubieran tenido un talante pedagógico poderoso en exponer nuestras razones, sin entrar en menosprecio de las cualidades de los demás, quizás alguna empatía entre las vecindades peninsulares, hubiésemos conseguido. Ya sé que hemos sido a veces adecuadamente pedagógicos y que los efectos perseguidos no han sido los esperados, pero no por ello debemos de renunciar a nuestros proyectos razonadamente para trasformar la antipatía en empatía. Porque en las Castillas existe gente de buena fe y con ganas de alcanzar soluciones razonadas, sólidas y perdurables.

La cuestión es que de los errores de unos; otros se benefician y así tenemos que los integrantes del MADRID oficial, Madrid como concepto,  han aprovechado el craso traspié en aras de sus beneficios.
Cuando hablo de Madrid concepto, me refiero al Madrid, que no va más allá del perímetro enmarcado por el trazado de la M-30, dentro del cual proliferan las grandes fortunas del Estado, que desde allí negocian todo lo Español, desde su principio como tal,  Estado, que yo considero en el año 1833 con la división provincial realizada por el ministro del Burgo, a imagen y semejanza de la centralista Francia.

Esta elite “gestionadora” en los intereses del resto de los peninsulares no ha hecho nada más que procurarse y proveerse de sus haciendas, para sí y sus herederos,  de tal modo que hay un número muy reducido de familias, con sus ilustres y pomposos apellidos, que se repiten en los altos cargos y en todos los recintos del poder, desde el político, económico, judicial y militar,  como una inmensa cascada desde la fecha señalada anteriormente

Esta clase pudiente tiene su hábitat natural entorno al Madrid de los Austrias y en los barrios anexos al él, como Salamanca, Retiro etc., no yendo más allá de la M-30. Para estos, esto es su Castillo, y todo lo del más allá de la circunvalación viaria, es Extramuros;  ósea “los Burgos” cual fuéramos en el Medievo que se instalaban en los arrabales residenciales de la nobleza y/o conventos, y de los cuales se sustentaban y aprovechaban los moradores de la magnitud arquitectónica aposento de clase noble.
Concurriendo para esta Nobleza del S.XXI, su feudo, todo lo que está fuera de la aludida vía rápida madrileña y no incumbiéndose el resto como, Coslada, Móstoles, Soria, Zaragoza, Valencia o Catalunya.

Lo que verdaderamente temen  no es la independencia de Catalunya (y no por la quiebra del Estado), sino porque esta significaría el fin de sus prebendas como clase elitista que son, pudiendo avivar y poner al descubierto los desmanes fiscales que en nombre de España y por la razón de su existencia, se han atiborrado, más como calaña que como aparato gestor del Estado.

La secesión de Catalunya supondría el derivo concluyente de las murallas que les resguardan, donde ostentan y gozan de una vida semejante al señor feudal Mediaval.
Eso es la auténtica al menos para mí  una de las primordiales razones de los poderes fácticos por lo que imposibilitan cualquier tipo de dialogo, en aras de esa (suya) España de la cual conciben  banderola de enganche para justificar y deleitarse de los inmensos placeres de un poder casi despótico, que les brinda los recovecos de las estructuras del Estado, donde están instalados todas las rimbombantes familias ilustres de nuestra Edad Contemporánea.

Nos hallamos pues que los catalanes, rotulando de una forma desacertada y simplista a nuestros adversarios e involucrando toponimia con sus aborígenes, no hemos hecho más que justificar la autodefensa de las ventajas de los señores del Feudo y,  para más “inri” hemos inducido a que se unan a su causa en su defensa a los vecindarios del Burgo; es decir, los de Coslada, Móstoles, Soria, Zaragoza, etc.

He aquí en el embrollo que nos topamos: para esta clase dirigente e impoluta, nuestras pretensiones son su munición, su coartada, su baluarte en la unión de clase que son,  robustecidas por una cuantía significativa de adeptos a la causa patria,  víctimas igual que nosotros, de los infortunios de dicha estirpe social que se consideran por encima del bien y del mal y; tratándoles  como foráneos al Extramuros son.
Todo esto no es nuevo, la escenificación de esta función melodramática de la sociedad española tuvo su preámbulo a finales del S.XIX con gran éxito (por cierto),  cuyos actores principales, fueron Cánovas del Castillo y Salmerón, versión decimonona del Partido Popular y PSOE, que en estos días vivimos en riguroso directo. Las obstrucciones de estos Señores Feudales para imposibilitar un Gobierno, en el cual tengan cabida Podemos o los partidos nacionalista rozan la ignominia.

Concluyendo, entre los ideólogos del “Proces” y las cloacas del Estado gestionadas de forma impute por los Nobles de la Corte, corremos el riesgo que la lasitud en la sociedad agote nuestra resiliencia y entonces habremos expirado definitivamente, consintiendo por tiempo indefinido, si cabe más aún, de los goces y prebendas de los gestores-poseedores de un Feudo llamado España; haciendo fehaciente el refrán castellano:
….no hay mal que por bien no venga. 

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